Bueno, ahora ya sabemos por qué los dos criminales de guerra más lamentablemente famosos del mundo ansiaban tanto la vuelta del Naranjito a la Casa Blanca. Lo conocen como si lo hubieran parido ellos mismos y lo saben manipular a las mil maravillas. Ahora, sin obstáculos de ninguna clase, ya puede uno de ellos dedicarse a echar bombas sobre la población civil de Ucrania, y el otro a masacrar gazatíes, especialmente a las mujeres y los niños, hasta que no quede de Gaza más que polvo y una montaña gigantesca de calaveras. Mientras tanto, la nueva administración estadounidense sigue trabajando activamente para culminar la demolición de la América que conocíamos hasta hace unos meses, ahora con el llamado decreto BBB (Big, Beautiful Bill) que se está discutiendo en estos momentos en la Cámara Alta para su aprobación en el Congreso y del que nadie nos librará, a menos que algunos senadores conservadores sean lo suficiente valientes para oponerse a ese descomunal despropósito cuyo principal objetivo, para decirlo pronto y claro, y ahorrarme así una exposición demasiado larga, es quitarle a los pobres lo poco que tienen para dárselo a los obscenamente ricos. Es la filosofía del conservadurismo radical del país: los pobres tienen la culpa de su pobreza y no hay que darles absolutamente nada. Que se mueran y que desaparezcan. Los ricos, sin embargo, sabrán hacer buen uso de ese dinero. Mejor dárselo a ellos. Piensan así que, por un lado, los ricos se verán estimulados a invertir y crear trabajos, y los pobres aceptarán salarios cada vez más bajos para ocupar esos trabajos, con lo que Estados Unidos —calculan ellos— podrá competir por fin con países como China: con una mano de obra súper barata de obreros-esclavos que duerman literalmente en las mismas fábricas. Pero eso ya no es cierto ni en China, un “enemigo” al que deberían conocer mejor. La fórmula es vieja y nunca ha funcionado. Libertad, igualdad, fraternidad. Ninguna de ellas queda ya en los Estados Unidos, y la última, que nadie se engañe: ni los más viejos del lugar recuerdan que la haya habido alguna vez. La Casa Blanca se ha vuelto una fábrica de mentiras, de desinformación y de propaganda. El Ministerio de Comercio debería llamarse más bien el Ministerio de Aranceles y Extorsión Comercial. El Naranjito no quiere tratos comerciales con otros países que sean beneficiosos para las dos partes. Como los malos vendedores, considera que, si el otro no pierde, y por mucho, él no gana. Quiere fardar ante el país y poder decir: ¿Ven? ¡Se la he metido doblada! Me recuerdan a los vendedores de Hipermueble de Málaga, donde tuve la desgracia de trabajar a finales de los noventa. Cada vez que engañaban a un cliente y conseguían colocarle un sobreprecio, hacían una fiesta. En fin, ¿qué les voy a decir de la situación de los Estados Unidos de América? Mejor no les digo nada, porque, por fortuna para mí, estos días estoy lejos, en Montevideo, la capital uruguaya, y las noticias me llegan algo amortiguadas, lo cual el cuerpo, pero sobre todo la mente, lo agradecen muchísimo. Al principio, cuando llegué a la ciudad, me parecía que los montevideanos fumaban mucho en pipa, incluso las mujeres, hasta que me di cuenta de que no, que lo que hacen es beber mate todo el tiempo. Fuera bromas, el utensilio que usan para beber mate, compuesto de cuenco y bombilla, se parece bastante a la famosa pipa de calabaza de Sherlock Holmes y lo sostienen en la mano de tal forma que parece una de esas pipas. Hay otros viandantes que pasean por la arteria principal de la urbe, la Avenida 18 de Julio, con lo parece una de esas cajas típicas que usan los limpiabotas para llevar sus adminículos. Pero no son limpiabotas, no; en estas cajas como de limpiabotas, provistas de un asa en centro, no llevan betunes y cepillos sino todos los elementos que necesitan para la preparación y degustación del mate en todo lugar y momento: un termo con agua caliente, la cazoleta, la bombilla y la hierba. El invierno aquí acaba de empezar. Oficialmente lo hizo hace diez días, el 20 de este mes y termina, también oficialmente, el 22 de septiembre, fecha del equinoccio de primavera. Y sí, hace frío, pero nada comparable al frío invernal de Nebraska, donde yo vivo. Los montevideanos se abrigan hasta los ojos: gorros, bufandas, abrigos, guantes, botas. Solo dejan sino una rendija para que los ojos puedan ver por dónde camina uno. Así nos abrigamos en Nebraska cuando estamos a quince o veinte grados Celsius bajo cero y la sensación real de frío alcanza los menos treinta o menos treinta y cinco. Pero uno acaba siendo influido por el entorno y ya me abrigo como ellos, no vaya a ser que coja una gripe y se me chafe la estancia. He venido con una beca de investigación de la universidad. Trabajo todos los días unas horas examinando documentos y microfilmes en la Biblioteca Nacional de Uruguay y en la Hemeroteca del Palacio Legislativo. Lo bueno de las bibliotecas es que son como un país que uno conoce ya de sobra. Da igual si está uno en Lincoln, Málaga o Montevideo. Son todas más o menos iguales: acogedoras, amplias, silenciosas, llenas de libros. Son como una ciudad a su manera, si me siguen la metáfora: conocemos bien sus calles y edificios y no ignoramos donde se aloja todo el mundo, en especial las personas que queremos visitar.
lunes, 30 de junio de 2025
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