miércoles, 20 de enero de 2021

El inquilino se va

Donald Trump abandona por fin la Casa Blanca. Quería estrenar este blog celebrándolo, pero la verdad es que el mal ya está hecho. América está dividida y rota. Vamos, que ahora mismo no la conoce ni la madre que la parió. Su democracia quedó muy mal herida el 6 de enero pasado, con el fallido intento de golpe dado por el presidente saliente como último recurso para mantenerse en el poder. Parece difícil que Estados Unidos de América pueda salir con bien de ésta: la herida es mortal. ¿Cómo va a poder recuperarse del descrédito sufrido si ni siquiera hay unanimidad entre los políticos a la hora de condenar y exigir responsabilidades por esta intentona golpista orquestada por Trump y sus secuaces? Es la primera en toda la historia de los Estados Unidos, y todavía no nos la acabamos de creer. Es como si no diésemos crédito a lo que vimos con nuestros propios ojos, quizás por lo impensable que era hasta ayer mismo. ¿Qué legado nos deja el que ya pronto será ex-presidente? Más de 400.000 muertos por la pandemia, a los que jamás dedicó una sola palabra, y a quienes engañó diciendo que la pandemia era un bulo, o que era inofensiva, o que desaparecería como por arte de birlibirloque, incapaz de ponerse al frente de la nave del entero país en estas circunstancias extraordinarias y de llevarla a buen puerto. Deja también una economía en ruinas. (La verdad es que esto ya viene siendo el denominador común de casi todas las presidencias republicanas. En las mayores catástrofes financieras que ha sufrido este país siempre encontramos a un presidente republicano: 1929, 1987, 2008, 2020). Deja también una América enfrentada consigo misma, presa de una de las peores crisis de identidad desde la Guerra Civil de 1861-65. Es el principal producto de esa deplorable cosecha que ha generado su persistente siembra de odio. Una América sin prestigio, que él ha conseguido, en solo cuatro años, transformar en una república bananera, en un país del tercer mundo. Nos deja también cientos de niños enjaulados en la frontera y separados por la fuerza de sus familias. Nos deja, sobre todo, como decía al principio, el primer intento de golpe de estado de toda la historia de este país. Sospecho que el único legado que Trump quería dejar era la completa destrucción del legado de su predecesor, el ex-presidente Obama. Lo gobernaban por dentro el odio y la venganza, y el resultado ha sido la catástrofe. Trump, como han dicho algunos, es ciertamente un síntoma de los problemas que tiene este país (sobre todo, a mi juicio, la decadencia y las desigualdades de sus sistemas educativo y sanitario). Pero si es un síntoma, es también la enfermedad. Trump ha sido un tumor, un cáncer mortífero que ha llevado al país al borde del colapso. La metástasis ha alcanzado a todas las áreas vitales del cuerpo socio-político y económico, y ha estado a punto de producir la muerte de América. Los votantes han conseguido extirparlo, pero con muchísimas dificultades, y no sabemos si el paciente conseguirá sobrevivir o no. No está todavía fuera de peligro. Trump llegó a la presidencia mintiendo y no ha dejado de contar mentiras en estos cuatro años. Hoy mismo su televisada alocución de despedida ha sido su penúltima (es posible que mañana diga alguna más) mentira como presidente. Es fácil distinguir cuándo lee lo que le escriben o cuándo es él el que realmente dice lo que dice. Basta ver uno de sus mítines políticos y compararlos con estos videos donde se le ve con los ojos enfocados en el teleprompter. Su voz era la suya, pero el mensaje era de otros, y todo cuanto ha dicho en esa alocución como resumen de su presidencia es una negación exhaustiva de todo cuanto en realidad ha hecho (o más bien deshecho) durante esa misma presidencia que ya se queda inscrita desde ahora en las antologías  de la infamia. Trump me recuerda a esos inquilinos que se niegan a abandonar la vivienda cuando finaliza el contrato y acuden a los tribunales y le arman un escándalo al propietario para ver si así lo intimidan, y cuando no consiguen amilanarlo acuden a las vituperios y las amenazas, y cuando finalmente han agotado todos los recursos y las artimañas de que son capaces, y se ven finalmente obligados a desalojar la vivienda, deciden vengarse rompiéndolo todo: destruyen los cristales de las ventanas, arrasan el mobiliario, levantan las baldosas del suelo y los azulejos de las paredes, arrancan las puertas de sus quicios y los grifos de los cuartos de baño, y dejan en el centro de salón una montaña de cascotes y de basura.

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