Todo parece indicar que los senadores republicanos volverán a perdonar a Trump. Esta vez el perdón le será otorgado por el intento de golpe de estado del 6 de enero pasado. Esto parece de risa, pero empezaron por perdonarle una mentira, por mirar para otro lado cuando apareció el video en que declaraba que un hombre como él a las mujeres las agarraba directamente del chocho, si se me permite la expresión, y ahora van a perdonarle la mortífera insurrección de principios de enero. Lo que empezó con una mentira, terminó con un intento de golpe de estado del que América se ha salvado de milagro, al menos de momento (y quién sabe hasta cuándo). Los legisladores republicanos se echaron las manos a la cabeza el primer día, pero enseguida empezaron a templar gaitas. Se dieron cuenta pronto de que la base trumpista, esos más de setenta millones de americanos que le votan a Trump llueva, truene o relampaguee, seguía tan fiel como siempre a su jefe de filas, y que éste puede lanzar a esa turba contra ellos, tanto literal como figuradamente. Las carreras políticas, y las carteras también, están en juego. Dentro del Partido Republicano, la indecencia, la avilantez y, para decirlo todo, la cobardía, han llegado ya a tales niveles que, lejos de pedirle cuentas al anterior presidente e inhabilitarlo, lo que están tratando es de inhabilitar a Liz Cheney y a los otros nueve colegas que se han atrevido a votar a favor de la reprobación de Trump por su golpe de estado fallido. La razón parece clara. Los republicanos sólo tienen dos alternativas delante: o limpiar el partido y extirpar el cáncer del trumpismo, o rendirse definitivamente a él. La metástatis ha invadido todo el tejido republicano. Extirpar ese cáncer, supondría su muerte política. No podrían ganar ninguna elección en el futuro avizorable. De hecho, ya no podrán volver a ganar de forma honesta, sin trampas. Esto es como las drogas. Entregaron el alma, o la vendieron por unos millones de votos, y ahora siguen necesitando las mentiras, la supresión del voto, y las teorías conspiratorias más delirantes para volver a ganar. El trumpismo no se va: la metástasis de esta política corrupta ha alcanzado también a la entera sociedad americana. Trump es el Hugo Chávez de América. Le bastaron cuatro años para convertir a los Estados Unidos en una república bananera.
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