lunes, 14 de octubre de 2024

La política del odio

Faltan tres semanas para las elecciones en los Estados Unidos y todas las encuestas coinciden en algo que cada vez parece más claro: nos esperan otros cuatro años (si no más, aunque las reglas electorales dicten lo contrario) de caos y corrupción con Trump y sus secuaces en la Casa Blanca. Biden se retiró demasiado tarde de la contienda y no pudieron celebrarse unas primarias propiamente dichas en el Partido Demócrata. La señora Harris, por su parte, entró en el ruedo electoral generando mucho entusiasmo en su base, pero poco a poco esa fogosa marea se ha ido enfriando. La había favorecido hasta ahora la brecha de géneros: las mujeres estaban con ella, los hombres con Trump. Pero según las últimas encuestas, las de hoy mismo, parece incluso que Harris está perdiendo apoyo entre las mujeres blancas, que empiezan a inclinarse hacia Trump. Es verdad que los conservadores se habían dado cuenta, por fin, de que contra el aborto se vivía mejor: contra él sumaban votos; con su prohibición, los pierden. Sin embargo, a base de contar mentiras y de tergiversar los datos, han conseguido soslayar ese problema, situando otros a la cabeza de las preocupaciones de los americanos. No parece, en este momento, que el aborto vaya a ser suficiente para darle a Harris la ventaja que necesita. Entre los hombres, no hace falta insistir: la mayoría está con Trump y Vance. Después de todo, estos proponen claramente un modelo tradicional de mujer que resulta muy cómodo para el hombre: cuidando de la casa y de los hijos, y sirviendo con absoluta docilidad a sus maridos. Los Estados Unidos de América no están preparados, mucho me temo, para tener a una mujer como presidente del país. Unos tienen la fama, y otros cardan la lana. En muchos países de habla española ha habido mujeres presidentes y no ha pasado nada. México también estrena presidenta estos días. Sin embargo, la fama de machistas la tienen los hispanos, no los gringos. Y hablando de los hispanos o, como aquí les dicen, los latinos: también están con Trump. Esto sí que es difícil de comprender, teniendo en cuenta su absoluto desprecio por ellos y sus constantes insultos. Por un lado, los cubanoamericanos votan tradicionalmente al partido conservador, como reacción comprensible contra el comunismo que gobierna en la isla. Por otro, los hispanos que ya están establecidos y que han tardado décadas en integrase y optar por la nacionalidad, observan con desasosiego no solo a los muchos centroamericanos y venezolanos que intentan llegar al país, sino incluso a los mismos compatriotas suyos que aspiran a compartir su misma suerte. Hace mucho que advertí a quien me quiso oír que la inmigración sería la causa por la que Biden perdería la reelección, entre otras causas, pero sobre todo por esa. Ahora la frontera sur está más controlada, pero se hizo muy tarde. Este era un asunto que el presidente tenía que haber atajado desde el principio de su mandato si quería ser reelegido. Harris hereda y es también responsable, como vice presidenta, de un gobierno muy impopular, pese a que nunca ha habido, al menos en los veinte años de los que yo soy testigo, tanto trabajo y crecimiento económico como en estos últimos cuatro años. Además, Trump goza de una especie de bula universal entre sus partidarios. No importa lo que diga o lo que haga, el fenómeno se mantiene: no pierde ni un solo voto. La señora Harris lo derrotó en un debate memorable, pero las encuestas no movieron la aguja ni una fracción de milímetro. Con él, no importan sus descabelladas mentiras, sus insultos groseros, sus hiperbólicas exageraciones, su matonismo político, sus amenazas de usar el gobierno para aplastar a sus contrincantes: se supone que así es el personaje y que hay que perdonarle todo. Dejen a Trump ser Trump, dicen sus colaboradores, con una sonrisa cínica. No tiene partidarios ni simpatizantes: tiene feligreses, creyentes, fanáticos dispuestos a hacer lo que sea por él. En cambio, a Harris se la examina con lupa. Todo lo que dice pasa por el riguroso tamiz de la prensa conservadora, donde se le discuten todas y cada una de sus propuestas y de sus afirmaciones. Su propia base es crítica con ella: parece claro a estas alturas que Harris perderá el estado de Michigan, donde la numerosa población de origen árabe va a castigarla por su apoyo a Israel. ¿Olvidan que el criminal y corrupto Netanyahu es uno de los principales valedores de Trump, junto con Putin, Orbán y Elon Musk? En ello siguen la estrategia de Hamás: antes prefieren quedar ellos ciegos, votando a Trump, con tal de dejar tuerta a la Harris, o por lo menos con un orzuelo en el ojo. Quizás es que esta ha estado llevando una campaña demasiado educada, como corresponde a una mujer inteligente y capaz, sin insultos ni demagogia. Frente a ese tono comedido, las ventajas de Trump son muchas: puede prometerle todo a todos, según le convenga; una cosa y la contraria. Puede vociferar insultos contra ella y mentir sin tasa; llamarla puta, retrasada mental y amenazarla con la cárcel. Puede equivocarse las veces que quiera; decir las estupideces más absurdas; aprovechar la contienda política para vender relojes, biblias, zapatillas deportivas, o monedas con su efigie, como un grotesco Nerón; ser un delincuente convicto y un agresor sexual declarado. Nada le quita votos, más bien se los añade. Además, cuentan con un recurso infalible (ya lo han asegurado tanto él como su compañero de candidatura): solo si gana, aceptarán el resultado. ¿Cómo le puedes ganar una partida de póker a un tahúr que te está haciendo trampas, que no acepta las reglas del juego, que te insulta y te intimida, y que aun si tú le ganaras no está dispuesto a aceptar el resultado, teniendo como tiene, para más inri, a la mayoría de los observadores del juego de su parte, jaleando al tahúr? A mí me parece imposible. Soy bastante pesimista sobre lo que nos espera, como por desgracia confirman las encuestas. Aunque también sueño a veces con una victoria de la señora Harris que acabe con este cáncer para siempre. Pero no; parece casi imposible. Por eso es un sueño. Mas qué mejor ocasión que esta para que el destino nos deparase una de esas carambolas históricas, un gran golpe de justicia poética: Trump derrotado por una señora de color, más educada e inteligente que él. Yo creo que, si eso sucediera, todos los comemierdas del partido conservador que ahora le están lamiendo el culo harían cola para escupirle a la cara. Todo indica, no obstante que va a ganar, así que le seguirán lamiendo el culo. Pero lo peor es que con ese triunfo también habrá ganado el todo vale en la política americana, y eso constituye un enorme peligro para el país, cuyas consecuencias, mucho me temo, van a ser devastadoras.

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