martes, 20 de julio de 2021

El tiovivo espacial

LA SEGUNDA CARRERA ESPACIAL HA COMENZADO... Y ES UNA ATRACCIÓN DE FERIA PARA SÚPER-RICOS

Mientras los estados de Oregon y California arden por los cuatro costados en incontrolables incendios forestales que lo están arrasando todo, Jeff Bezos, el hombre más rico del planeta, se ha dado esta mañana un chupinazo de cinco minutos hasta la termosfera, por encima de la línea de Kármán (es decir, a una altura de más de 100 kilómetros sobre el nivel del mar), haciéndose un hueco en la nueva carrera espacial que tres súper-multimillonarios americanos están llevando a cabo en estas primeras décadas del siglo XXI. El primero en pasearse unos minutos por esas alturas fue, hace sólo unos pocos días, Richard Branson, el dueño de Virgin Galactic, aunque en este caso, los viajeros no superaron la línea de Kármán. El otro súper-multimillonario, Elon Musk, se reserva para Marte, un planeta del que se ha propuesto, andando el tiempo, hacer su nueva residencia gracias a ese proceso llamado de «terraformación», sea lo que sea dicho proceso. Bueno, ¿y qué?, dirá alguien. Los astronautas han estado yendo y viniendo de la Estación Espacial Internacional y nadie le para bola al asunto. Pues la novedad está aquí en el hecho de que en este caso se trata de una iniciativa privada, y no de los programas espaciales de los diferentes gobiernos financiados con el presupuesto nacional, es decir, con fondos públicos. Estos tíos van al espacio con su propio dinero. O quizás no con su propio dinero, sino con el de algunos clientes que están dispuestos a pagar bien caro un asiento en la cápsula o la nave espacial. Se sabe que uno de los viajeros-astronautas (aunque al final decidió posponer el viaje para otra ocasión debido a problemas de agenda) pagó un ticket de 28 millones de dólares por subirse al cohete. Como se ve, esta nueva carrera espacial promete ser muy lucrativa. Tal vez por eso haya que reconocerles a estos dos empresarios las agallas que han mostrado al subirse por primera vez a estos vuelos espaciales y regresar íntegros de la prueba sin un rasguño. ¿Cómo convencer a los clientes de la extraordinaria seguridad del viaje si no es subiéndose ellos mismos en esta novedosísima y carísima atracción de feria que acaban de montar? Además, han demostrado que no se necesita ningún complejo adiestramiento astronáutico. Cualquiera puede subirse y disfrutarlo. Sólo hay que ponerse un mono azul y apretarse el cinturón. Nada más fácil. Cualquiera que pueda pagarlo, claro. Los súper-ricos, y puede que muy pronto los no tan súper-ricos, podrán desde ahora subirse a los ingenios para darse el chupinazo de sus vidas, flotar unos minutos en gravedad cero, y contemplar desde esa altura el espectáculo impresionante del globo terráqueo flotando como una gran canica de cristal azul en medio de la oscuridad del universo (claro que a cien kilómetros sólo, la canica es más bien un canicón). Desde luego, yo les aconsejaría a todos los terraplanistas que se dieran ese garbeo por el espacio, a ver si al fin se enteran de que la tierra es una esfera. Pero yo creo que ni con esas. El evento, que duró diez minutos en total, fue de una precisión milimétrica, lo que muestra la eficiencia tecnológica del mundo moderno. Tanto el cohete como la cápsula se volvieron a posar en tierra con toda suavidad y volverán a seguir subiendo y bajando con la misma precisión en ocasiones futuras. Lástima que a nadie se le haya ocurrido poner esa eficiencia y esa precisión, y los mismos recursos, determinación y entusiasmo, en favor de cosas más urgentes, como evitar esos incendios que están carbonizando los milenarios bosques del noroeste americano con toda la fauna y la flora que los puebla, que esos sí que ya no volverán. Pero, claro, cuidar de lo que tenemos es aburrido y tedioso. Lo público no le interesa a nadie. Los bosques ya están muy vistos y no son negocio. Los chupinazos al espacio son lo divertido. La fiesta, que no pare.

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