miércoles, 30 de octubre de 2024

Qué cobarde es el dinero

Ustedes me dirán que el dinero no es cobarde, sino prudente. Y yo les replicaré que no; que el dinero es muy cobarde y que, a más dinero, mayor la cobardía. Cómo se ve que ya casi nadie confía en la cada vez más difícil victoria de la Sra. Harris en las elecciones de los Estados Unidos que tendrán lugar la próxima semana. El último en bajarse de ese barco ha sido, el domingo pasado, Jeff Bezos, uno de los hombres más ricos del mundo, el propietario de Amazon, pero también de The Washington Post, un periódico de solera en este país, y uno de los más influyentes, de tendencia liberal (en el sentido que este término tiene en la política norteamericana, es decir, demócrata) y alineado desde antiguo con la verdad de la política y con la política de la verdad. Uno tiende a pensar que el dinero les da valor, a las personas que tienen mucho, para hacer cosas osadas, emprender aventuras peligrosas, sean comerciales o de cualquier otra índole, o afrontar los azares de la política, al menos en países de tradición democrática, donde las leyes parecen funcionar razonablemente bien y, en teoría, son iguales para todos. Pero no, Bezos, como dueño que es del mencionado diario, ha vetado el editorial que ya tenía preparado el equipo de opinión del mismo y que debía haber salido el domingo pasado señalando su apoyo al partido demócrata y recomendando a sus lectores el voto para la Sra. Harris. Pues bien, Bezos decidió que el periódico debía mantenerse neutral en la contienda política y que no haría ninguna declaración oficial apoyando a ninguno de los dos candidatos.

Les traduzco con una metáfora de sobra conocida la posición de Bezos: las ratas abandonan el barco antes de que se hunda. Me refiero al barco de la causa demócrata. Aunque las ratas tienen su justificación para huir de un barco, cuando prevén su hundimiento, el Sr. Bezos, en cambio, no tiene ninguna, ya que él es el capitán del Washington Post. En este caso, es el capitán el que abandona el barco como una rata. La reacción de los usuarios del periódico ha sido airada y muchos han cancelado sus abonos al mismo. Pero eso a Bezos no le importa: ese cuarto de millón de suscripciones es para él como una viruta del chocolatito del loro. Ni le importan los suscriptores ni tampoco sus empleados: algunos de sus mejores columnistas han abandonado la cabecera. Lo que le importan son los miles de millones en potenciales contratos de la próxima administración que ocupe la Casa Blanca, y por su decisión parece quedar muy claro que él ya da por seguro que no será la Sra. Harris. Pero aun si al final se equivocara, y ganara Harris, tampoco le importa mucho, ya que ella juega con las reglas de la democracia y las respeta. Negarle, pues, a Harris el apoyo y el respaldo del Washington Post, incluso en un momento en que el destino del país se halla en una de sus más decisivas encrucijadas históricas, le sale gratis a Bezos. No tiene nada que perder con una futura administración de la Sra. Harris, porque la intención de esta señora es gobernar para todos, no para ajustar cuentas con sus enemigos personales ni con sus desafectos. Pero sí tendría mucho que perder en caso de que el expresidente naranja volviera a sentar sus adiposas posaderas en el Despacho Oval, porque este ya ha dicho por activa y por pasiva que usará todos los recursos de la administración del gobierno estadounidense para perseguir sin descanso y castigar con denuedo a todos los que no le bailan el agua.

Bezos ha querido justificarse en un artículo, aludiendo al desprestigio y a la falta de credibilidad de la prensa escrita tradicional entre la población estadounidense (una población, por cierto, que lee alarmantemente menos cada vez, y no hablo solo de los periódicos), causado según él por la falta de neutralidad política. (De hecho, muchos periódicos, han abandonado ya la práctica de respaldar a un candidato específico para las elecciones). El problema es que nadie se lo cree. Y con toda razón: el que los conservadores hayan celebrado por todo lo alto su decisión indica con meridiana claridad, para quien quiera mirar, que perciben la movida de Bezos como un espaldarazo para su candidato a las elecciones. Y con él ya van dos multimillonarios obscenamente ricos que se han subido al carro del presidenciable naranja, porque Elon Musk lleva semanas regalando millones entre la población de Pensilvania para que le voten a Trump. Vaya cuerda de payasos sinvergüenzas, por muy ricos que sean los tres. Para que se entienda bien mi posición: a mí me parece admirable el ideal de neutralidad de un periódico en la contienda política. La veracidad de las noticias, la integridad moral de los periodistas, la libertad de investigación, la opinión libre y no sometida a censuras de ningún tipo, deben ser las principales directrices que rijan la labor periodística. Si Bezos ansiaba esa neutralidad, bien podía haberla puesto en práctica con antelación. Por ejemplo, al principio del año electoral, o después de las primarias, cuando sendos candidatos recibieron la nominación de sus partidos, o al final del verano, cuando se dio el chupinazo de inicio de la campaña electoral. Pero no; Bezos esperó hasta la última semana antes de las elecciones para bajarse del barco demócrata. Es decir, cuando vio con toda claridad que la aguja del medidor de las encuestas se inclinaba insoslayablemente a favor de Trump. Eso es cálculo interesado, no imparcialidad.

Porque esta aparente declaración de imparcialidad —en sí misma loable, si no fuera por las circunstancias y el momento elegido para hacerla pública— equivale en realidad a un respaldo incondicional a la candidatura de Trump. Y digo incondicional sin estar del todo seguro: tal vez Bezos la ha negociado previamente y en secreto con el aparato del anterior presidente, a manera de pacto de no agresión. No lo sé. Porque la movida era simplemente impensable. Es como si el equipo de opinión política de la cadena Fox decidiera mantenerse neutral y no pedir el voto para Trump. ¿Se lo pueden imaginar? Yo tampoco. Pero si la bajada de pantalones de Bezos ha sido incondicional, que es lo que yo creo, resulta bastante obvio que Bezos no conoce bien a Trump. ¿Acaso piensa que le va a agradecer el gesto y a favorecerlo con los contratos de su administración? No lo creo. Todo lo contrario. Trump, de llegar de nuevo a la presidencia, aprovechará goloso la ocasión para humillarlo de manera olímpica, igual o mucho más incluso que si Bezos hubiera respaldado a su contrincante política a través del editorial del WaPo, como le dicen aquí a ese periódico. Para expresarlo de otra manera: Bezos, pese a ser súper riquísimo, es un cobarde y no tiene nada de “guapo”.

 

lunes, 14 de octubre de 2024

La política del odio

Faltan tres semanas para las elecciones en los Estados Unidos y todas las encuestas coinciden en algo que cada vez parece más claro: nos esperan otros cuatro años (si no más, aunque las reglas electorales dicten lo contrario) de caos y corrupción con Trump y sus secuaces en la Casa Blanca. Biden se retiró demasiado tarde de la contienda y no pudieron celebrarse unas primarias propiamente dichas en el Partido Demócrata. La señora Harris, por su parte, entró en el ruedo electoral generando mucho entusiasmo en su base, pero poco a poco esa fogosa marea se ha ido enfriando. La había favorecido hasta ahora la brecha de géneros: las mujeres estaban con ella, los hombres con Trump. Pero según las últimas encuestas, las de hoy mismo, parece incluso que Harris está perdiendo apoyo entre las mujeres blancas, que empiezan a inclinarse hacia Trump. Es verdad que los conservadores se habían dado cuenta, por fin, de que contra el aborto se vivía mejor: contra él sumaban votos; con su prohibición, los pierden. Sin embargo, a base de contar mentiras y de tergiversar los datos, han conseguido soslayar ese problema, situando otros a la cabeza de las preocupaciones de los americanos. No parece, en este momento, que el aborto vaya a ser suficiente para darle a Harris la ventaja que necesita. Entre los hombres, no hace falta insistir: la mayoría está con Trump y Vance. Después de todo, estos proponen claramente un modelo tradicional de mujer que resulta muy cómodo para el hombre: cuidando de la casa y de los hijos, y sirviendo con absoluta docilidad a sus maridos. Los Estados Unidos de América no están preparados, mucho me temo, para tener a una mujer como presidente del país. Unos tienen la fama, y otros cardan la lana. En muchos países de habla española ha habido mujeres presidentes y no ha pasado nada. México también estrena presidenta estos días. Sin embargo, la fama de machistas la tienen los hispanos, no los gringos. Y hablando de los hispanos o, como aquí les dicen, los latinos: también están con Trump. Esto sí que es difícil de comprender, teniendo en cuenta su absoluto desprecio por ellos y sus constantes insultos. Por un lado, los cubanoamericanos votan tradicionalmente al partido conservador, como reacción comprensible contra el comunismo que gobierna en la isla. Por otro, los hispanos que ya están establecidos y que han tardado décadas en integrase y optar por la nacionalidad, observan con desasosiego no solo a los muchos centroamericanos y venezolanos que intentan llegar al país, sino incluso a los mismos compatriotas suyos que aspiran a compartir su misma suerte. Hace mucho que advertí a quien me quiso oír que la inmigración sería la causa por la que Biden perdería la reelección, entre otras causas, pero sobre todo por esa. Ahora la frontera sur está más controlada, pero se hizo muy tarde. Este era un asunto que el presidente tenía que haber atajado desde el principio de su mandato si quería ser reelegido. Harris hereda y es también responsable, como vice presidenta, de un gobierno muy impopular, pese a que nunca ha habido, al menos en los veinte años de los que yo soy testigo, tanto trabajo y crecimiento económico como en estos últimos cuatro años. Además, Trump goza de una especie de bula universal entre sus partidarios. No importa lo que diga o lo que haga, el fenómeno se mantiene: no pierde ni un solo voto. La señora Harris lo derrotó en un debate memorable, pero las encuestas no movieron la aguja ni una fracción de milímetro. Con él, no importan sus descabelladas mentiras, sus insultos groseros, sus hiperbólicas exageraciones, su matonismo político, sus amenazas de usar el gobierno para aplastar a sus contrincantes: se supone que así es el personaje y que hay que perdonarle todo. Dejen a Trump ser Trump, dicen sus colaboradores, con una sonrisa cínica. No tiene partidarios ni simpatizantes: tiene feligreses, creyentes, fanáticos dispuestos a hacer lo que sea por él. En cambio, a Harris se la examina con lupa. Todo lo que dice pasa por el riguroso tamiz de la prensa conservadora, donde se le discuten todas y cada una de sus propuestas y de sus afirmaciones. Su propia base es crítica con ella: parece claro a estas alturas que Harris perderá el estado de Michigan, donde la numerosa población de origen árabe va a castigarla por su apoyo a Israel. ¿Olvidan que el criminal y corrupto Netanyahu es uno de los principales valedores de Trump, junto con Putin, Orbán y Elon Musk? En ello siguen la estrategia de Hamás: antes prefieren quedar ellos ciegos, votando a Trump, con tal de dejar tuerta a la Harris, o por lo menos con un orzuelo en el ojo. Quizás es que esta ha estado llevando una campaña demasiado educada, como corresponde a una mujer inteligente y capaz, sin insultos ni demagogia. Frente a ese tono comedido, las ventajas de Trump son muchas: puede prometerle todo a todos, según le convenga; una cosa y la contraria. Puede vociferar insultos contra ella y mentir sin tasa; llamarla puta, retrasada mental y amenazarla con la cárcel. Puede equivocarse las veces que quiera; decir las estupideces más absurdas; aprovechar la contienda política para vender relojes, biblias, zapatillas deportivas, o monedas con su efigie, como un grotesco Nerón; ser un delincuente convicto y un agresor sexual declarado. Nada le quita votos, más bien se los añade. Además, cuentan con un recurso infalible (ya lo han asegurado tanto él como su compañero de candidatura): solo si gana, aceptarán el resultado. ¿Cómo le puedes ganar una partida de póker a un tahúr que te está haciendo trampas, que no acepta las reglas del juego, que te insulta y te intimida, y que aun si tú le ganaras no está dispuesto a aceptar el resultado, teniendo como tiene, para más inri, a la mayoría de los observadores del juego de su parte, jaleando al tahúr? A mí me parece imposible. Soy bastante pesimista sobre lo que nos espera, como por desgracia confirman las encuestas. Aunque también sueño a veces con una victoria de la señora Harris que acabe con este cáncer para siempre. Pero no; parece casi imposible. Por eso es un sueño. Mas qué mejor ocasión que esta para que el destino nos deparase una de esas carambolas históricas, un gran golpe de justicia poética: Trump derrotado por una señora de color, más educada e inteligente que él. Yo creo que, si eso sucediera, todos los comemierdas del partido conservador que ahora le están lamiendo el culo harían cola para escupirle a la cara. Todo indica, no obstante que va a ganar, así que le seguirán lamiendo el culo. Pero lo peor es que con ese triunfo también habrá ganado el todo vale en la política americana, y eso constituye un enorme peligro para el país, cuyas consecuencias, mucho me temo, van a ser devastadoras.