Inicié este blog el 20 de enero de este año. ¿Por qué lo hice? La
verdad: no tengo ni idea. Iniciar un blog en 2021 es como quien decide, después
de mucho pensarlo, en hacer un largo viaje… a lomos de pollino. ¿Acaso no me he
enterado de que los blogs ya no están de moda desde hace veinte años, de que ya
nadie los lee o los busca? Ahora en lo que está la gente es en Facebook, en
Instagram, en WhatsApp, en YouTube, en Snapchat, en TikTok. Así que uno entra en esta blogosfera como
un astronauta flotando en la galaxia: las estrellas están a insalvable
distancia, no digamos los planetas donde pueda haber vida. A estas alturas del
siglo, a mí me parece que los blogueros son como esos astrónomos empeñados en
descubrir vida extraterrestre, aunque sea a puro nivel microbiano, y planetas
habitados, o al menos habitables, aunque sólo sea por tardígrados. En el caso
de los blogueros, esos escurridizos, distantes planetas son los lectores. Hay
pocos, están muy lejos, y es muy difícil llegar a ellos. Me recuerdan aquellos
clientes de cuando yo era un vendedor de muebles en Málaga, por los que uno se partía la crisma, porque había otras tiendas y otros vendedores, y conseguir clientes era
un trabajo sumamente competitivo que requería mucho arrojo, ingenio y habilidad. En mi
caso, ahora, la necesidad es, mayoritariamente, otra, aunque no niego que no me vendría nada mal algún
lector o lectora que echarme al coleto de vez en cuando. Pero no: he descubierto que un blog es una excelente forma de llevar un diario, sin casi
tomarse uno la molestia de llevarlo. Se puede meter de todo en él: fotos, recortes, enlaces, etc., sin que al abrirlo se te desparrame todo por el suelo. Y, además, como quiera que en ese cósmico
vacío de la blogosfera el anonimato y la indiferencia están totalmente
garantizados, una bitácora electrónica puede ser tan secreta o tan íntima como
uno quiera, igual que esos cuadernos que venden con cerraduras y candaditos de
protección para preservar el secreto de lo escrito. En fin, tengo el pálpito de que
un blog puede obligarme a escribir, y en ello estoy. Sobre todo, porque mantiene el espejismo de que alguien nos escucha, o al menos puede llegar a escucharnos, igual que esos radiotelescopios que lanzan sin descanso señales al espacio. Tal vez un día de estos nos
despertemos con la noticia de que se ha hallado vida extraterrestre, o de que
se ha descubierto un planeta habitado, o por lo menos habitable, a millones de
años luz de la tierra.
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