Las buenas
noticias son en estos tiempos bastante escasas. También es posible que haya
muchas, pero que los periódicos las eliminen del menú del día con el pretexto
de que nadie se las come. Al parecer, a los lectores sólo les gustan las malas
noticias; al menos eso es lo que nos dicen: que las malas noticias son las
únicas que venden periódicos. En cualquier caso, he leído estos días una buena
noticia que quiero comentar y compartir: el gobernador de Colorado, Jared Polis
(del partido demócrata) revocó el decreto que uno de sus remotos predecesores, el gobernador
John Evans (1814-1897), promulgó en 1864 abriendo la veda para, literalmente, perseguir,
dar caza y destruir al cualquier nativo «hostil», adjetivo superfluo y del todo inútil
como clarificación porque las naciones indias que poblaban entonces las grandes praderas americanas eran, a ojos de los colonos europeos que venían a apoderarse de sus tierras, todos
hostiles y enemigos. Como los militares estaban en ese momento ocupados en matarse
unos a otros en la Guerra Civil, el gobernador Evans publicó este decreto para autorizar a cualquier persona (blanca), a cualquier americanito de a pie (o de a caballo), de solera o recién llegado al país, a liquidar a cualquier indio apenas asomara la cabeza (en
inglés, to shoot on sight, que es algo así
como decir fusilar sobre la marcha). Se me podrá argumentar que en aquellos
tiempos medidas de tal naturaleza eran necesarias para asegurar la paz en las
poblaciones de los europeos que estaban llegando a la zona. Pero lo que quiero
resaltar aquí es que la ley ha estado en
vigor hasta ayer mismo, cuando por fin fue derogada por este señor Polis
que es, cuando menos, pulido, políticamente hablando. ¿Cómo es posible que una ley
así no se hubiera derogado antes? Es decir, la veda para matar al indio llevaba
abierta desde hace 157 años, y nadie la había cerrado. De ahí lo de la buena noticia que decía al principio.
Lo que demuestra dos cosas: la primera es que ese señor Evans del siglo XIX sigue
teniendo herederos y herederas contemporáneos en el congreso, ahí están para
demostrarlo las señoras Marjorie T. Green y Lauren Boebert, que son los más
recientes y coloridos avatares de aquel señor Evans de las fotos en blanco y negro. La
segunda es que esto fue, sencillamente, un latrocinio descarado y una rapiña,
justificada con aquello de que había que eliminar la Barbarie para introducir
la Civilización. (Si querían robar, pues que robaran, pero que al menos le
llamaran al pan, pan, y al vino, vino.) Y yo aún añadiría una tercera: que en la
historia de este país (y es posible que en la de todos los países), hay desde
luego más canallas que gente buena. Son más los malos que hacen historia que los buenos. Tal vez es que con esto pasa lo mismo que con las noticias. Los malos venden. Los buenos, no. Los
canallas imponen sus leyes. Le gente buena las sufre o las sobrelleva como
puede. En esto, nada ha cambiado. Por fortuna, iniciativas como la del
actual gobernador de Colorado dan alguna esperanza. Pero muy poca.
miércoles, 18 de agosto de 2021
martes, 17 de agosto de 2021
Guerras perdidas que jamás debieron comenzar
Tras veinte años de ocupación, el ejército de los Estados Unidos abandona Afganistán a su suerte, porque ya no puede seguir costeando de manera indefinida (tanto en recursos materiales como en vidas humanas) una guerra que nadie ha ganado nunca allí ni una misión que ya no sabe cuál es. Ha bastado el anuncio definitivo e inaplazable de la retirada, para que los talibanes, con quienes Trump había negociado los términos de la misma, envalentonados y sabiéndose ya vencedores desde el año pasado, hayan recuperado todo el país en pocos días. ¿Qué dejan los americanos allí? Un mar de cadáveres, tanto estadounidenses como afganos, muchos de ellos civiles, y montones de miles de millones de dólares que supuestamente iban a servir para reconstruir el país, formar un ejército afgano y establecer una democracia en esas tierras donde nunca la había habido antes. Todo ese tinglado carísimo se ha derrumbado como un castillo de naipes. La historia se repite. Los Estados Unidos ya no ganan guerras desde hace casi un siglo, América ya no está aquí para salvar el mundo. Eso sólo sucede en las películas. Lo que pasa es que la gente ha visto tantas que se lo ha acabado por creer. ¿Y qué vendrá a continuación? Pues me temo que nos esperan (ojalá me equivoque) escenas terribles de hombres, mujeres y niños asesinados, degollados, violados, o simplemente ahorcados, con sus bocas llenas de puñados de dólares. Habrá muchos que aplaudirán este escarmiento (las celebraciones ya han empezado en las redes sociales). El resto lo veremos con horror y desesperanza. Mi impresión, en cualquier caso, es que los americanos de a pie, en términos generales, ya están cansados de esta guerra, ya lo estaban desde hace años, y es posible que les dé igual lo que pase allí. Pero eso no mitiga en absoluto la chapuza que, en términos militares y logísticos, se está desarrollando estos días delante de nuestros ojos. ¿Es que no podrían haberse preparado mejor y con mayor antelación los planes de evacuación? ¿Es que Biden no se ha enterado todavía de que todo lo que toca Trump y sus secuaces se vuelve siempre una chapuza catastrófica? Las imágenes que nos llegan de Afganistán recuerdan bastante las de otras guerras perdidas por este país, especialmente la del Vietnam. No es necesario ser un pacifista, hasta los guerreros más arrogantes pueden tener un poco de sentido común y una mínima capacidad de raciocinio para entenderlo: si ya no puedes ganar guerras, ¿para qué las emprendes? Los Estados Unidos nunca debieron iniciar estas guerras en el Oriente Medio que no han traído más que destrucción, miseria y, sobre todo, mucho odio. La situación actual habla también de algo que los americanos se niegan a reconocer, a pesar de todas las señales inequívocas que así lo indican, y muy especialmente en estos últimos cuatro años y medio: la imparable decadencia de este país en todos los órdenes. Y esto es sólo el principio.
domingo, 1 de agosto de 2021
¿A quién le importa un blog, uno?
Inicié este blog el 20 de enero de este año. ¿Por qué lo hice? La
verdad: no tengo ni idea. Iniciar un blog en 2021 es como quien decide, después
de mucho pensarlo, en hacer un largo viaje… a lomos de pollino. ¿Acaso no me he
enterado de que los blogs ya no están de moda desde hace veinte años, de que ya
nadie los lee o los busca? Ahora en lo que está la gente es en Facebook, en
Instagram, en WhatsApp, en YouTube, en Snapchat, en TikTok. Así que uno entra en esta blogosfera como
un astronauta flotando en la galaxia: las estrellas están a insalvable
distancia, no digamos los planetas donde pueda haber vida. A estas alturas del
siglo, a mí me parece que los blogueros son como esos astrónomos empeñados en
descubrir vida extraterrestre, aunque sea a puro nivel microbiano, y planetas
habitados, o al menos habitables, aunque sólo sea por tardígrados. En el caso
de los blogueros, esos escurridizos, distantes planetas son los lectores. Hay
pocos, están muy lejos, y es muy difícil llegar a ellos. Me recuerdan aquellos
clientes de cuando yo era un vendedor de muebles en Málaga, por los que uno se partía la crisma, porque había otras tiendas y otros vendedores, y conseguir clientes era
un trabajo sumamente competitivo que requería mucho arrojo, ingenio y habilidad. En mi
caso, ahora, la necesidad es, mayoritariamente, otra, aunque no niego que no me vendría nada mal algún
lector o lectora que echarme al coleto de vez en cuando. Pero no: he descubierto que un blog es una excelente forma de llevar un diario, sin casi
tomarse uno la molestia de llevarlo. Se puede meter de todo en él: fotos, recortes, enlaces, etc., sin que al abrirlo se te desparrame todo por el suelo. Y, además, como quiera que en ese cósmico
vacío de la blogosfera el anonimato y la indiferencia están totalmente
garantizados, una bitácora electrónica puede ser tan secreta o tan íntima como
uno quiera, igual que esos cuadernos que venden con cerraduras y candaditos de
protección para preservar el secreto de lo escrito. En fin, tengo el pálpito de que
un blog puede obligarme a escribir, y en ello estoy. Sobre todo, porque mantiene el espejismo de que alguien nos escucha, o al menos puede llegar a escucharnos, igual que esos radiotelescopios que lanzan sin descanso señales al espacio. Tal vez un día de estos nos
despertemos con la noticia de que se ha hallado vida extraterrestre, o de que
se ha descubierto un planeta habitado, o por lo menos habitable, a millones de
años luz de la tierra.
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