La semana pasada hemos asistido a lo peor y a lo mejor de este país. Lo
peor ha sido, claro, la nueva matanza que se produjo en una escuela
primaria de Nashville, en Tennessee. Tres niños y tres adultos fueron
asesinados por una tiradora que entró en la escuela pertrechada con dos de esos
temibles rifles de asalto AR-15 que son el triste orgullo de este país, y que aquí
cualquiera puede comprar en el híper. Por eso es el favorito de esas personas a las que un mal día se les cruzan los cables y deciden irse de este mundo llevándose
por delante a unos cuantos niños. Lo mejor, en cambio, ha sido, sin duda alguna, la
imputación de Donald Trump, el Naranjito, por delitos contra el Estado de Nueva
York en uno de los juzgados de la Gran Manzana, lo que demuestra que el sistema judicial parece seguir regido, al menos en teoría, por el principio de que la ley es igual para todos. Todavía no se conocen los
detalles (los cargos se revelarán hoy cuando el imputado se entregue a las
autoridades a primera hora de la tarde), pero es un hito histórico: se trata
del primer presidente que ha sido imputado por la comisión de delitos. Desde
luego, Donald está rompiendo todos los registros históricos, aunque todos sus
tantos se anotan de manera invariable en la columna de la Historia... de la
infamia: el primer intento de golpe de estado, la primera sublevación contra el
Congreso, el primer presidente en ser impugnado en dos ocasiones, el primer ex-presidente imputado por comisión de delitos… Lo que me
llama la atención es el nivel de irracionalidad con que el partido conservador
americano está reaccionando ante estos hechos. Uno tiende a suponer que los
conservadores son gente con un grado de educación elevado y que son
conservadores precisamente porque les gusta ahorrar y administrar bien el dinero y porque
repudian la violencia, el despilfarro, el desorden, los malos modales, la falta de educación y,
sobre todo, las mentiras y la deshonestidad. Pero, qué va, en los Estados
Unidos los conservadores de hoy en día casi parecen radicales anarquistas, haciendo así
honor tal vez al color del partido, que es de un rojo soviético rabioso.
Vamos, como la bandera de China. De modo que ante la matanza infantil han
reaccionado del modo alarmante que suelen reservar para tales ocasiones: negándose
en redondo a controlar la venta de los rifles de asalto, y exigiendo, en cambio,
que se pongan guardias armados a las puertas de las escuelas y que los
profesores vayan con pistolas y metralletas a dar clases. Este es el nivel de
desquiciamiento al que ha llegado este país. Como la pescadilla que se muerde
la cola, aquí la Segunda Enmienda de la Constitución le garantiza a uno el
derecho a comprar las armas que necesite para defenderse... de quienes tienen derecho a comprar armas gracias a la Segunda Enmienda. Por
otro lado, la espantosa matanza de Uvalde, Tejas, de hace apenas un año (diecinueve niños
muertos y dos profesoras) ha demostrado que los policías raramente son los héroes
que la gente cree que son. Muy al contrario, se cagan de miedo por las patas
abajo cuando se enfrentan a un tirador bien armado y dispuesto a morir matando.
Por un héroe ocasional, hay diez mil policías cobardes, si no más. En
esa escuela de Uvalde hubo más policías por centímetro cuadrado que en el mismísimo cuartel,
pero dejaron correr una hora antes de animarse a liquidar al asaltante. En cualquier caso, estas medidas de los conservadores son muy coherentes con esa filosofía descabellada
que orienta (o más bien extravía) el pensamiento político (si alguno hubiere) que rige, o que más bien desencamina, al Partido Republicano. Me refiero a esa
costumbre tan americana de nombrar directores que son enemigos declarados de
aquello que se supone que van a dirigir; de administradores cuya secreta labor es
desmantelar aquello por lo que se supone tienen que velar. Y así se nombra, por
ejemplo, como director de la Agencia de Protección del Medioambiente, a un
enemigo del medioambiente o a un magnate del petróleo. O se confieren las competencias de regulación bancaria a banqueros sin escrúpulos, y las de regulación
del transporte por ferrocarril a los dueños de las ferroviarias (considérese el caso del
descarrilamiento en Palestine, Ohio, de un tren de la compañía Norfolk que transportaba productos
químicos altamente contaminantes). No hay remedio. Los republicanos se han
vuelto un grupo descontrolado de políticos descerebrados que están haciendo retroceder
al país a los rincones más oscuros del siglo XIX. La involución no es ni siquiera sutil o
disimulada: supresión del derecho al aborto, prohibición continuada de libros, abolición
del pensamiento crítico en las aulas escolares y universitarias, eliminación de
programas sociales, fomento del odio contra ciertas minorías, adopción de una especie de talibanismo cristiano como
modelo político, etcétera, etcétera. ¿Y cómo han reaccionado estas lumbreras en
el caso de la imputación de Donald el Naranjito? Pues muy por el estilo de todo
lo anterior: que no hay ningún delito en pagar cientos de miles de dólares a dos
mujeres para mantenerlas calladas sobre la conducta sexual de un candidato a la
presidencia, aun si este ha mentido sobre el asunto, falsificado documentos públicos
para ocultar los pagos, y aun si tales manejos están considerados fraude
electoral y son por tanto un delito punible, al menos en el Estado de Nueva York. No, los
delincuentes, según ellos, son el fiscal del distrito que que ha hecho la imputación
y el juez que supervisa la causa. Y han salido en tromba a defender a su
jefe de filas, incluso el meapilas de Pence, a quien los sublevados querían
colgar de una soga siguiendo instrucciones del Naranjito; incluso el reyezuelo
de La Florida, ese zote de Ron De Santis, a quien el antedicho no para de
insultar a ver si así lo amilana y desiste de concurrir a la carrera por la
candidatura republicana a la presidencia del país. Me pregunto qué es lo que le ven a Trump, ese producto averiado de la inercia matrimonial. Claro, quizás lo que le ven son esos 74 millones que le votan
sin importar lo que diga o lo que haga. Sin ellos, Trump seguiría siendo el
mismo payaso que ha sido siempre, pero un payaso sin gracia, condenado a hacer
el ridículo. Esos 74 millones fijos de votos le dan a un mentacato el brillo de un virrey, y el poder de un dictador a una persona insignificante. Además, constituyen una gigantesca vaca
lechera a la que seguir exprimiendo, porque sus inmensas ubres no paran de
lanzar chorros de millones de dólares para financiar sus campañas electorales (y pagar los emolumentos de sus abogados defensores). Así
pues, la fanfarria continúa a bombo y platillo, transformando su imputación y su presencia en el juzgado como supuesto delincuente en un anuncio publicitario.
Pero llegará un momento en que el espectáculo empiece a aburrir por lo monótono,
y el silencio suceda al regocijo y la pachanga de sus aduladores. Entonces se verá que la rueda
de la justicia sigue girando y completando su recorrido imperturbable, con imparcialidad, firmeza y sin aspavientos. O al menos eso espero yo.
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